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miércoles, 23 de abril de 2014

“Predica la Palabra”
  • Así como DIOS me llamo al ministerio, años atrás, que sentía que Dios me había llamado a una vida de ministerio, “¡Predica la Palabra!” Esa simple frase se convirtió en un fuerte estimulo en mi corazón. Esto es todo lo que me he esforzado a hacer en mi ministerio, es predicar la Palabra.
    Hoy en día, muchos pastores están bajo una tremenda presión creyendo que deben saber hacer todo, menos predicar la Palabra.
    Los expertos les dicen que para que crezca su congregación en números, deben tratar con las “necesidades sentimentales” de las personas. Son animados a ser cómicos, psicólogos, y oradores que solamente motivan a su audiencia. Son advertidos a tocar temas que para la gente son un tanto desagradables.
    Muchos han abandonado la predicación bíblica por sermones devocionales que han sido diseñados para que la gente se sienta bien con sí misma.  Algunos han reemplazado la predicación con dramas y otras formas de entretenimiento.
    Pero para el pastor cuya pasión es la predicación bíblica, tiene solo una opción: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:2).
    Dios ha determinado salvar a los hombres a través de la predicación del evangelio. Esa es la labor primordial que Dios nos ha llamado a hacer como ministros: predicar, como vemos en 1Cor. 1:17-25. Los griegos eran amantes de las disertaciones filosóficas, y los judíos iban detrás de las señales. Y Pablo dice aquí que Dios no escogió ni un método ni otro para salvar a las almas
    La fe no nace en un vacío, sino en el contexto de escuchar la verdad de Dios revelada en Su Palabra. La Palabra de Dios es la semilla que una vez implantada en el corazón produce fruto a ciento, a sesenta y a treinta por uno. Ninguna alma vendrá al arrepentimiento a menos que se exponga a la verdad revelada en las Sagradas Escrituras (Lc. 16:27-31; Rom. 1:16-17; 10:14-17; 2Ts. 2:13-14 1P. 1:22-25).
    Podemos disertar de filosofía y psicología, podemos tener una oratoria hermosa, y un intelecto brillante, suficiente como para dejar boquiabiertos a cualquiera que nos escuche. Pero nada de eso podrá transformar un solo corazón. Tampoco los milagros más portentosos podrán hacer la obra. Era detrás de eso que iban los judíos; todo el tiempo demandando al Señor que hiciera un milagro para creer en Él.
    Pero Dios manifestará Su gloria salvando a los hombres: la predicación del evangelio, un evangelio que ofrece salvación gratuita, por medio de la fe en Jesucristo, quién murió en una cruz para salvar a los pecadores. Un mensaje así es un tropiezo para el judío y una locura para el griego. Pero “lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”. Ese mensaje, proclamado a viva voz, ha vencido la obstinación de muchos, y los ha traído cautivos a la obediencia a Cristo.
    No debemos ceder a la presión de muchos que quieren que cambiemos nuestra metodología por una, que sea más entretenida o más atractiva. Como embajadores y heraldos de Dios nuestro oficio no es el de entretener a los pecadores, sino el de persuadirlos en el nombre de Dios y con la Palabra de Dios a venir a la fe y al arrepentimiento.
    Un culto más entretenido y atractivo, con mucha música especial, con testimonios impactante, puede que atraiga a mucha gente, pero ninguna de esas cosas va a hacer en esos corazones lo que solo la Palabra de Dios proclamada con sabiduría, puede hacer.
    Y no es que estoy abogando porque los cultos sean aburridos, ese no es el punto. Lo que estamos diciendo es que la salvación de las almas no se logrará sustituyendo la predicación de la Palabra de Dios por actividades que parecen más entretenidas y atractivas. Dios no ha prometido bendecir tales actividades para la salvación de las almas. Pero sí ha prometido bendecir Su Palabra.
    “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla a la que siembra, y pan al que come, así será mi Palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Is. 55:10-11). iglesiadefe@gmail.com











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