Pastor
predica en silla de ruedas tras perder los brazos y una pierna
Respira profundo, luego con fuerza y sin detenerse da un
brinco desde el mueble hasta la silla de ruedas, apoyándose sobre el pie izquierdo;
el único que tiene.
Hace dos años a Marvin Munguía, pastor en una iglesia de
Tocoa, Colón, le amputaron sus dos brazos y la pierna derecha, luego de recibir
una descarga de 19,500 voltios que casi lo deja sin vida. Antes del accidente
ya era un ferviente predicador de la Palabra.
Ahora con mayor efervescencia en sus predicaciones frente a los miembros de la iglesia Maná del
Cielo, habla del amor y la misericordia
de su Dios que le salvó la vida.
Para médicos y conocidos es un verdadero
milagro que no falleciera electrocutado con semejante descarga.
“Yo sé que cuando muera
iré al cielo, y el Señor, como el mejor de los fabricantes, me tendrá allá los repuestos de los miembros que me
faltan. No sé cómo me los pegará, pero si de algo estoy seguro es que así
será”, dijo entre lágrimas ante la concurrencia en una prédica.
Todas las noches al finalizar la enseñanza, sus hijos corren a
ayudarlo para que baje del escenario, que aunque solo mide cuatro pulgadas de
alto. Hacerlo por sí solo, se le hace imposible.
Trasladarse al pasado y recordar ese doloroso proceso es algo
que el religioso muy pocas veces ha hecho.
“Es difícil volver a ese día, evito
hacerlo porque por más que lo piense nada cambiará mi realidad y es importante
ver las cosas buenas que tenemos, no las malas”.
Su mirada parecía perdida, y haciendo un esfuerzo contó que el
día del desafortunado accidente, hace dos años y medio, estaba parado sobre un
andamio instalando unas canaletas para construir el techo de la casa de una
amiga suya, cuando rozó un cable de alta tensión.
Munguía rara vez se encargaba de realizar ese tipo de labores,
pues el taller de soldadura que fundó con mucho esfuerzo estaba prosperando y
tenía algunos trabajadores, quienes eran los encargados de hacer esas tareas.
Pero ese día no pudo comunicarse con ninguno de ellos, por lo que decidió
hacerlo él mismo.
“Estaba terminando, era la última canaleta, le grité al
muchacho que me asistía que me la pasara, pero al levantarla rozó con el cable,
y la potencia de la electricidad me arrojó al suelo, caí desde una altura de
dos metros”, recordó.
Trinidad Ramos, su esposa con quien lleva 13 años de casado y
procreó tres hijos de 12, 10 y 8, fue la primera en llegar en su auxilio. “Al verlo tirado e inconsciente, caí
arrodillada frente a él, no podía dejar de llorar, le puse la mano en el
corazón y le pedí a Dios que no lo dejara morir”.
Munguía fue trasladado hacia una clínica en El Progreso, con quemaduras de tercer grado en todo el cuerpo.
Diez días después de haber
sido internado, los médicos le informaron que tendrían que amputarle la pierna
izquierda, porque se le estaba gangrenando y le podía causar la muerte si no
actuaban rápido.
“Cuando me pidieron mi autorización para cortarme la pierna,
sentí un terrible dolor, pero para mí tener la posibilidad de ver crecer a mis
hijos era más importante”.
Una semana después de esa operación los familiares
de Munguía, desesperados al no ver mejoría y quedar sin dinero para cubrir los
gastos médicos, lo trasladaron al hospital Mario Catarino Rivas de San Pedro
Sula.
Ahí le dijeron que tenía daños irreversibles en su brazo izquierdo y que era
necesario cortarlo por completo.
“Nuevamente estaba ahí, dando la autorización para que me
intervinieran”, dijo con un gesto de tristeza.
Hoy, cada vez que mueve sus hombros, las mangas enrolladas de
las camisas dejan al descubierto las profundas cicatrices en lo que apenas le
quedó de sus brazos.
Con voz titubeante relató que fue en el Hospital Escuela el
último lugar donde estuvo internado y fue ahí donde le intervinieron la mano
derecha.
“Mi esposa se acercó a la cama del hospital y me explicó que
tendría que operarme nuevamente. Ese día hice un pacto con Dios de servirle
para siempre si me permitía seguir viviendo”.
Recordó que cuando lo llevaban hacia el quirófano, su esposa
le dijo al oído: “aunque hayas perdido tus dos manos y tu pierna, recuerda que
tendrás las mías”.
Desde ese día Trinidad lo atiende con paciencia y amor. Se
levanta tempranito a bañarlo, vestirlo, cepillar sus dientes y a darle de
comer.
“Es una maravillosa mujer, muchos decían que me iba a dejar,
pero su amor ha sido más grande que cualquier problema, jamás podría pagarle lo
que hace por mí”.
Mientras recibía tratamiento, los pronósticos sobre la
recuperación de Marvin eran reservados. Los doctores pensaron que no resistiría
esa última intervención, pero su fuerza de voluntad y su fe en Dios le permitió
que lo que parecía imposible se hiciera realidad, según dice.
Entre suspiros detalló que el día que regresó a su casa, su
hijo menor, quien llegó unos minutos después de él, corrió hacia el cuarto
desesperado por verlo.
“él me pedía que lo abrazara. Las lágrimas se me rodaron
porque eso es algo que jamás podré volver a hacer. Los primeros días me
levantaba por las mañanas y quería quitarme la cobija, y entonces caía a la
realidad que eso era algo imposible para mí”.
Pese a su impactante historia, cada día da evidencia de su fe. AMEN
Ps. RAUL ANDIA MONTERROSO
511-7918067
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